martes, 28 de diciembre de 2010

¿Adiós?

Esa mañana tenía 7 años, era tan pequeño, lo digo pues para esa edad si que lo era, frágil como un cristal y estaba confundido ya que es distinto para cualquiera estar al lado de alguien que has ido conociendo poco a poco: Pedro me hacían recordar al hombre barbudo y gordo que aparecía en las tiendas en esas fechas, era tan gentil como una mujer adinerada en semana santa y tan cómico como un payaso, sin duda teníamos confianza pero a mí siempre me costo hacer amigos, puedo llegar a decir que antes de conocerlo, lo más cercano a una amistad era una pelota de trapo con la que me creía todo un astro del fútbol. Comenzó con platicarme de su hija, me hablaba de era muy hermosa y que tenía mi edad pero siempre aclarándome: “Cuidadito muchachito, porque para enamoraditos, suficiente tiene conmigo”, y reía, otras vez con todos los dientes. Después de un rato de hablar con otros hombres de igual vestir, se me acercó y me preguntó si es que yo sabía donde estaba mi madre, obviamente asentí y le dije: “hace un rato estuve con ella, un momento antes de que me trajeran aquí”, me pidió algún teléfono y cuando empecé a reír supongo que se dio cuenta de que ese tipo de aparatos es para gente adinerada como mi vecina, Doña Luchita, pero ese es otro cantar así que seguimos hablando de la vida y del amor, sé que era pequeño pero él no era un comandante, él era mi amigo y entre hombres ese tipo de conversaciones se dan ¿o no?

Ya iba a hacer hora de almuerzo para ellos y yo no me iba, creo que mi presencia ya no era necesaria, caminé un poco y me dijo:

-Muchachito ¿Dónde se va usted?- dijo con voz de mando que me asustó pero su sonrisa me devolvió el respiro.

- A mi casa, no lo molesto es hora de su almuerzo- contesté dando unos pasos.

- Comprendo, pero yo almuerzo muy tarde y todavía no hemos platicado lo suficiente, te tengo que contar una cosa media loca, media rara-agregó moviendo su cuerpo con ese no se qué salsero.

-Pero, no terminé (de trabajar, porque lo hago muy bien) y mi madre se va a preocupar- volteé otra vez y cuando me di cuenta me había cargado, entonces grité- ¡Qué irrespetuoso que es usted! ¿Acaso yo le he dado este tipo de confianzas? Yo soy un muchacho de 7 años y sé como defenderme así que si quiere conservar su cargo ¡Me baja!-

Quisiera que hubieran visto la cara de todos los demás policías, me miraron y empezaron a reírse a carcajada limpia, unos hasta les salían lágrimas de tanto mover sus mandíbulas y eso a mí de dio tanta rabia y vergüenza que guarde silencio.

-Compadre, no te puedes ir, terminamos de hablar y tu mamá va a venir, hay algo que ha pasado y no esta muy bien que digamos- decía mientras me daba un paquete de galletas de chocolates que jamás había probado y cada mordisco era como tocar el cielo con el dedo meñique.

Ya era la una y todavía me chupaba los dedos era tan delicioso el poco chocolate que aún quedaba entre mis uñas, ahí regresó el comandante.

- ¿Qué tal estaban? Tengo más pero necesito que me escuches y que me respondas bien lo que te voy diciendo ¿Okidoki?- terminó con una voz infantil

- No soy un bebé, hable que lo escucho- le digo devorando otro paquete

- Eres muy desenvuelto para tu edad… Mira te lo digo fácil… Tú no puedes trabajar haciendo acrobacias en los semáforos… Tienes que ir al colegio, comer bien, estar limpio y ser feliz ¿me explico?-dice algo incómodo.

- Ya ¿y? Yo soy feliz, con mi mamá y con mi trabajo – dejo a un lado el paquete porque lo que me dice me hace sentir agredido, pero me calmo porque cuando la mencioné su rostro cambio como si le hubieran lanzado un baldazo de agua en pleno carnaval.

- Tranquilo, yo sé pero… a los adultos no nos parece que tengas que ser feliz de esa manera sino con amigos y con gente que sabe lo que hace- intenta decir una palabra más pero ahora estoy tan molesto que si fuera de mi porte lo hubiera golpeado y se quedaría inconsciente, de seguro. – Compadre, no te quiero ofender lo que trato de decirte es que…-Se queda mirando la puerta café y es mi mamá, mi mamita con su ropa tan bonita, esos pantalones negro y ese polo morado rozan su cabellera negra y combinan con sus ojos, soy tan feliz de verla que quiero llorar, pero solo llorar las mujeres y ella lo está haciendo.

- Buenas tardes, estaba hablando con él y usted sabe para lo que ha venido así que ya sabe lo que debe de hacer- dice el oficial serio pero sé que le llega al alma verla llorar porque las gotas de sus ojos no regresarán y se irán por la mejillas hasta el suelo para hacerme recordar cuanto me ama…

Avanzaba la camioneta y mi mamá no dejaba de llorar, no entiendo que pasa pero guardo silencio porque en mi mente me imagino que nos están llevando a la casa y que no tendremos que caminar tanto.

-¿Cuántos años tienes?-pregunta el comandante

- 23- responde mi mamá

- ¿Estas segura?- pregunta una policía de cabello corto y ojos cafés. Pero segura de qué… y ese lugar rojo ¿qué es?

-No me queda otra opción- concluye mi mamá.

Nos bajamos y ella sostiene mi pequeña mano, avanzamos y me asombro con lo grande de la Aldea “San Pedro”, hay niños de mi edad jugando fútbol con pelotas de verdad, como las que tiene Pizarro, hay otros mas grandes con uniformes verdes y amarillos, suena una campana y una chica grita: ¡Vamos al Judo! y me pregunto ¿qué rayos es Judo?, camino hasta una pequeña oficina pero los sigo observando y es entonces cuando escucho INTERNAMIENTO, pero yo no me robe nada, no he hecho nada malo, jalo el pantalón del comandante y el me saca afuera, me lleva a unos juegos, de muchos colores y no hay nadie, solos él y yo, como hace un rato.

-¿Qué te parece este lugar?- pregunta.

-Esta bueno ¿por qué?- dije pero me parece o me quieren dejar aquí.

- Porque tu mamá ha dicho que quiere que te quedes un tiempo, no para siempre, solo unos cuantos… hasta que ella consiga un buen trabajo, tenga una buena casa y pueda darte todo lo que te darán aquí ¿qué piensas?-

- Si ella quiere eso, eso haré.- me bajo del columpio y voy con ella, la miro con normalidad y me presentan al tío Juan, me dan un peluche de un mono, mi mamá se seca las lágrimas y le da un beso a mi juguete, me pide que me porte bien y me llevan a una casita, durante el trayecto, que se hacía largo, aún la veía llorando y me observaba a la lejanía, alguien la consolaba y le hablaban per ella no respondía, le abrieron la puerta y desaparecí. Espero no perderla, porque es mi motivo de vivir.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Alguien no tan común y corriente

No es un lugar nuevo, llevo años estudiando ahí y siento que todos son iguales, la misma rutina, uno que otro percance insignificante durante nueve veloces años. Me encuentro de pie en la puerta, no deseo avanzar, como siempre, al salón y ser la primera, no tengo nada que hacer pero mi mochila pesa mucho, me siento algo tonta porque otra razón era esperar a Daniela y ella ya estaba adentro (me alegré no ser la única con cara pacienzuda), ahí con su Rubio Natural como suelo decir, tuvimos un saludo común pues no era el primer día de clase, era un poco más de medio año, entonces la observo con esa mirada que ponemos las mujeres de “te tengo que contar la última”, lo que me hizo esbozar una sonrisa y un gestito para que comience, pero ella no me devolvía la sonrisa sino una mirada alicaída y casi por desbordar una lágrima.

-¿Qué ha pasado?- pregunté por cortesía pero en ese momento no quería dar consejos ni escuchar a nadie, tenía noches sin poder dormir por un accidente en mi casa del que no quiero hablar, entraría a clase, me dormiría, me despertarían, soportaría hasta la salida y a la casa a… ya veré que hago después. Este era mi plan, no incluía dar aliento, pero lo iba a hacer quiera o no.

-Una tragedia-se me cruzó por la mente un “otra vez terminaron”, sí, soy una mala amiga, pero así me quieren, a pesar de ser tan malgeniada.-el hermano…

Todo queda en silencio y mi cabeza sigue una pista de un saludo: ¡Hola Sarita!, me hace recordar tanto que se dirijan a mí con diminutivo pero lo curioso es que la chica que me saluda está acompañada de alguien, no sé quien es pero se esconde con la manos el rostro y grita un no ahogado, como si ella lo hiciera para molestarlo y al parecer así era porque Kati se carcajeaba con el sufrimiento ajeno, fue raro pero no le presté atención.

-Continúa- sentencié y cuando Daniela estaba a punto de hablar, ambos perdimos la coordinación de nuestras palabras para seguir con la mirada al alguien nuevo pero muy diferente a todo el zoológico que tenemos aquí y esa era la justa palabra para definirlo:

D I F E R E N T E.

Alto, eso es tan raro porque una chica normal no puede usar tacones pues tu compañero te llega al hombro y es incómodo, recuerden: Maduramos antes.

Ojos pardos, o como criollamente decimos: Negros, eran normales pero caían perfecto con su rostro.

Y de cabellos rizados,un poco castaños pero más tirando para un rubio, un gran corte digno de ir a aplaudirle al peluquero, se le veía pulcro y eso es muy importante. Un hombre, por el simple hecho de ser hombre no tiene que oler a trabajo o axilas, un perfume acompañado antes, con un buen baño da tanta satisfacción como un celular sin límite en el saldo.

Era plástico, en otras palabras, un ken imposible como para decir, en la actualidad peruana "jaa… si Pe... No es real", para exagerar, era un príncipe de Persia (no tanto, pero no hace mucho miré la película).

Su ropa era tan especial, una mezcla entre hippie y pop, pero lo mejor, lo que lo hacía aún mas especial era su forma de hablar... utilizaba tonos cambiantes para argumentar su posición acerca del… ¡calentamiento global! No hablaba de querer ser el celular de Larissa Riquelme o de que Jaime Baily debía ser presidente. Hablaba muy convincente y con precisión, sus labios se movían con sincronía era.. era.. todo un sueño pero Daniela tenía que romperlo con un:

- Espera, no sabes lo que pasó con Antonella- Cerré la boca y la miré mientras me daba un empujón. Me parecía interesante verlo y quería compartir con él mi opinión, Daniela gritó: "#$%&/(/&%$#! ¿Quieres que te cuente? ¿Si o No?

Se me resbaló la mochila y el celular mas las llaves y los libros hicieron un sonido estruendoso, me agaché y creo que se debió notar que estaba avergonzada, escuches unas risotadas pero en cuestión de segundos se acercó y se quedó mirando pues yo ya le había dicho: "No.. no ... gracias". No se fue. Me alcé y no podía dejar de mirarlo era tan hermoso, tan inteligente, tan… ¡Qué va! Tengo cosas más importantes que hacer que imaginarme al príncipe azul.

Pero... ¡cómo odio los peros! ¿Por qué Daniela era tan insistente? No tengo ni la menor idea de qué porquería tan mala le había pasado a Antonella pero en eses momento ella lo hizo esfurmar con un:

"Sorry, pero tenemos que hablar. Bye!”- dijo Daniela

Maldita sea ¿era ciega o qué le pasaba? Quería molerla a patadas, pero yo no hablo de esta manera pero no era forma de decirle que se marchara, eso que yo deseaba que me deje con mi vergüenza. Quiero resaltar, otra vez, que se notaba que era alguien diferente y Daniela ¿lo botó?

Pude observar como sus mejillas se llenaban de un color rojizo pero no tanto como estaban los míos. Sus pies se iban lentamente y cayó mi mirada en el piso. Volteé e ingresé al salón 101. Daniela me siguió y me dijo con tono amenazante:

-Te fregaste, ya no te cuento nada-

Le respondí con una mirada de despreocupación. Quería mandarla a volar pero la profesora me saludó muy atentamente. Tenía grabado cada rasgo de él, hasta el pelo de la nariz, pero el rostro de Antonella llegó a clase. Siempre usando sus grandes lentes de sol, aunque no haya sol. Pude ver como una lágrima liberal caía por su mejilla. Realmente, en ese momento, quería hacer aparecer a Daniela para que me contara todo pero era mejor llevarla al otro lugar, Anto corrió y sus zapatillas eran como un grito desesperado en una película de terror. Cruzamos unos cuantos salones y escuché una voz pero era una varonilmente cariñosa. ¿Quién hablaba así? Recordé que la última vez que quise reconocer a alguien como sea y terminó mal, es mejor seguir pero Anto me tuvo que contar qué la llevó a ese estado:

-Mi hermano se va- dijo apenada, sacándose los lentes y nunca observé unos ojos así, eran tanto rojos como los de un sapo, tanto que también me entristeció, la abracé pero no dije ninguna palabra, siempre he sido mala para dar consejos.

Tratando de pensar, eso significaba que él, alguien tan molestoso como una pulga en la oreja se iba a estudiar muy lejos, tan lejos que ni sé cómo se llama el lugar. Teníamos sospechas por unos papeles que conseguimos pero nada era seguro hasta ese momento. Es terrible, el hermanito pequeño de Antonella era demasiado para ella, lo defendió de tantas cosas feas que ellos sobrevivieron. Todo su mundo se derrumbaba, ese enano era prácticamente su motivo de vivir.