Esa mañana tenía 7 años, era tan pequeño, lo digo pues para esa edad si que lo era, frágil como un cristal y estaba confundido ya que es distinto para cualquiera estar al lado de alguien que has ido conociendo poco a poco: Pedro me hacían recordar al hombre barbudo y gordo que aparecía en las tiendas en esas fechas, era tan gentil como una mujer adinerada en semana santa y tan cómico como un payaso, sin duda teníamos confianza pero a mí siempre me costo hacer amigos, puedo llegar a decir que antes de conocerlo, lo más cercano a una amistad era una pelota de trapo con la que me creía todo un astro del fútbol. Comenzó con platicarme de su hija, me hablaba de era muy hermosa y que tenía mi edad pero siempre aclarándome: “Cuidadito muchachito, porque para enamoraditos, suficiente tiene conmigo”, y reía, otras vez con todos los dientes. Después de un rato de hablar con otros hombres de igual vestir, se me acercó y me preguntó si es que yo sabía donde estaba mi madre, obviamente asentí y le dije: “hace un rato estuve con ella, un momento antes de que me trajeran aquí”, me pidió algún teléfono y cuando empecé a reír supongo que se dio cuenta de que ese tipo de aparatos es para gente adinerada como mi vecina, Doña Luchita, pero ese es otro cantar así que seguimos hablando de la vida y del amor, sé que era pequeño pero él no era un comandante, él era mi amigo y entre hombres ese tipo de conversaciones se dan ¿o no?
Ya iba a hacer hora de almuerzo para ellos y yo no me iba, creo que mi presencia ya no era necesaria, caminé un poco y me dijo:
-Muchachito ¿Dónde se va usted?- dijo con voz de mando que me asustó pero su sonrisa me devolvió el respiro.
- A mi casa, no lo molesto es hora de su almuerzo- contesté dando unos pasos.
- Comprendo, pero yo almuerzo muy tarde y todavía no hemos platicado lo suficiente, te tengo que contar una cosa media loca, media rara-agregó moviendo su cuerpo con ese no se qué salsero.
-Pero, no terminé (de trabajar, porque lo hago muy bien) y mi madre se va a preocupar- volteé otra vez y cuando me di cuenta me había cargado, entonces grité- ¡Qué irrespetuoso que es usted! ¿Acaso yo le he dado este tipo de confianzas? Yo soy un muchacho de 7 años y sé como defenderme así que si quiere conservar su cargo ¡Me baja!-
Quisiera que hubieran visto la cara de todos los demás policías, me miraron y empezaron a reírse a carcajada limpia, unos hasta les salían lágrimas de tanto mover sus mandíbulas y eso a mí de dio tanta rabia y vergüenza que guarde silencio.
-Compadre, no te puedes ir, terminamos de hablar y tu mamá va a venir, hay algo que ha pasado y no esta muy bien que digamos- decía mientras me daba un paquete de galletas de chocolates que jamás había probado y cada mordisco era como tocar el cielo con el dedo meñique.
Ya era la una y todavía me chupaba los dedos era tan delicioso el poco chocolate que aún quedaba entre mis uñas, ahí regresó el comandante.
- ¿Qué tal estaban? Tengo más pero necesito que me escuches y que me respondas bien lo que te voy diciendo ¿Okidoki?- terminó con una voz infantil
- No soy un bebé, hable que lo escucho- le digo devorando otro paquete
- Eres muy desenvuelto para tu edad… Mira te lo digo fácil… Tú no puedes trabajar haciendo acrobacias en los semáforos… Tienes que ir al colegio, comer bien, estar limpio y ser feliz ¿me explico?-dice algo incómodo.
- Ya ¿y? Yo soy feliz, con mi mamá y con mi trabajo – dejo a un lado el paquete porque lo que me dice me hace sentir agredido, pero me calmo porque cuando la mencioné su rostro cambio como si le hubieran lanzado un baldazo de agua en pleno carnaval.
- Tranquilo, yo sé pero… a los adultos no nos parece que tengas que ser feliz de esa manera sino con amigos y con gente que sabe lo que hace- intenta decir una palabra más pero ahora estoy tan molesto que si fuera de mi porte lo hubiera golpeado y se quedaría inconsciente, de seguro. – Compadre, no te quiero ofender lo que trato de decirte es que…-Se queda mirando la puerta café y es mi mamá, mi mamita con su ropa tan bonita, esos pantalones negro y ese polo morado rozan su cabellera negra y combinan con sus ojos, soy tan feliz de verla que quiero llorar, pero solo llorar las mujeres y ella lo está haciendo.
- Buenas tardes, estaba hablando con él y usted sabe para lo que ha venido así que ya sabe lo que debe de hacer- dice el oficial serio pero sé que le llega al alma verla llorar porque las gotas de sus ojos no regresarán y se irán por la mejillas hasta el suelo para hacerme recordar cuanto me ama…
Avanzaba la camioneta y mi mamá no dejaba de llorar, no entiendo que pasa pero guardo silencio porque en mi mente me imagino que nos están llevando a la casa y que no tendremos que caminar tanto.
-¿Cuántos años tienes?-pregunta el comandante
- 23- responde mi mamá
- ¿Estas segura?- pregunta una policía de cabello corto y ojos cafés. Pero segura de qué… y ese lugar rojo ¿qué es?
-No me queda otra opción- concluye mi mamá.
Nos bajamos y ella sostiene mi pequeña mano, avanzamos y me asombro con lo grande de la Aldea “San Pedro”, hay niños de mi edad jugando fútbol con pelotas de verdad, como las que tiene Pizarro, hay otros mas grandes con uniformes verdes y amarillos, suena una campana y una chica grita: ¡Vamos al Judo! y me pregunto ¿qué rayos es Judo?, camino hasta una pequeña oficina pero los sigo observando y es entonces cuando escucho INTERNAMIENTO, pero yo no me robe nada, no he hecho nada malo, jalo el pantalón del comandante y el me saca afuera, me lleva a unos juegos, de muchos colores y no hay nadie, solos él y yo, como hace un rato.
-¿Qué te parece este lugar?- pregunta.
-Esta bueno ¿por qué?- dije pero me parece o me quieren dejar aquí.
- Porque tu mamá ha dicho que quiere que te quedes un tiempo, no para siempre, solo unos cuantos… hasta que ella consiga un buen trabajo, tenga una buena casa y pueda darte todo lo que te darán aquí ¿qué piensas?-
- Si ella quiere eso, eso haré.- me bajo del columpio y voy con ella, la miro con normalidad y me presentan al tío Juan, me dan un peluche de un mono, mi mamá se seca las lágrimas y le da un beso a mi juguete, me pide que me porte bien y me llevan a una casita, durante el trayecto, que se hacía largo, aún la veía llorando y me observaba a la lejanía, alguien la consolaba y le hablaban per ella no respondía, le abrieron la puerta y desaparecí. Espero no perderla, porque es mi motivo de vivir.